Comentario
Cataluña encontraba en la agricultura y ganadería de Aragón productos para su sustento (trigo, carne de ovino), el funcionamiento de su industria (lana) y la exportación (azafrán, lana), mientras que Aragón se proveía de productos del comercio mediterráneo (especias, sedas, tejidos ricos, esclavos) por mediación de mercaderes catalanes y valencianos. Valencia y Aragón eran, a su vez, eslabón de un comercio hacia Navarra y Castilla, realizado por mercaderes castellanos y de la Corona, que introducían en el interior peninsular productos de la manufactura catalanoaragonesa y de importación mediterránea, y a cambio suministraban a los países de la Corona, sobre todo Valencia y Cataluña, productos alimentarios (cereales, aceite, vino) y primeras materias (lana, cuero).
Los mercaderes catalanes estaban entre los primeros clientes de la producción valenciana: compraban lana, cuero, miel, cerámica, piezas de confección, muebles de lujo, arroz, seda, azúcar, lino y papel, que en gran medida reexportaban. Los valencianos, que exportaban por sí mismos una buena parte de la producción propia, eran también clientes de los catalanes a quienes compraban sobre todo productos de reexportación: trigo (generalmente siciliano), esclavos, especias, productos tintóreos, telas de cáñamo, algodón, etc. El tráfico entre Mallorca y Valencia tampoco era desdeñable. Se basaba en el intercambio de productos alimentarios y primeras materias, una parte de los cuales eran de reexportación.
Para el comercio de la Corona, las ciudades y puertos del reino nazarí de Granada (Almería y Málaga) debían representar poco más que una escala en los viajes de los mallorquines hacia el Africa occidental y el archipiélago de las Canarias, y de catalanes y valencianos hacia la Andalucía castellana, Portugal y Flandes. La Andalucía castellana (Sevilla sobre todo) fue un espacio menor del comercio catalanoaragonés. Con excepciones, aquí se compraba pescado en conserva y cuero en bruto y se vendían paños y especias. Portugal interesaba todavía menos, sin duda porque los productos que podía ofrecer a los mercaderes de la Corona éstos los encontraban en otros mercados más próximos. Con los puertos de Galicia y Cantabria no había relación directa, más bien eran embarcaciones gallegas y vizcaínas las que navegaban hasta el Mediterráneo para vender en mercados de la Corona pescado salado o seco y mineral de hierro.
Excepción hecha del intercambio interior entre los países de la propia Corona de Aragón, los mercaderes de la Corona, catalanes sobre todo, se sintieron más atraídos por las rutas y mercados continentales que por los de la Península Ibérica. Para el comercio catalán, sobre todo, el Languedoc fue proveedor de trigo y pastel y comprador de especias orientales. Toulouse y Montpellier eran los principales clientes. Los países del Ródano y del Saona interesaron también a los mercaderes de la Corona, en parte por su propia producción (telas de lino y cáñamo) y en parte porque a través de ellos llegaban productos del norte y este de Europa: de Saboya, Liguria, Lombardía, Alemania meridional, altiplano suizo y alto valle del Rin (cobre, latón, metalurgia diferenciada, fustán). Los mercaderes catalanes pagaban estas importaciones con la venta de especias orientales y de azafrán aragonés y catalán.
Los Países Bajos e Inglaterra eran el sector más septentrional del comercio de la Corona. Los mercaderes catalanes frecuentaron las ferias flamencas desde mediados del siglo XIII, y un siglo más tarde obtuvieron salvoconductos del rey inglés para sus viajes a la isla. La escasa competitividad de la industria catalana del transporte y lo inadecuado de la galera mediterránea para la navegación atlántica obligó, en esta ruta, a contratar los servicios de armadores venecianos y castellanos. No obstante, las compañías más poderosas de Barcelona, Valencia y Mallorca comerciaban con Inglaterra (Southampton, Sandwich y Londres) y los Países Bajos (Sluis, Middelburg, Amberes y Brujas), donde vendían azafrán, azúcar y especias orientales y compraban estaño, lana de calidad, tejidos flamencos de lujo, arenques, planchas de hierro y latón, objetos de arte, etc.
Para la Corona, el punto vulnerable de este comercio continental y del Atlántico norte era "la procedencia lejana de la moneda de cambio" (C. Carrére), las especias, cuya carencia eventual podría producir un desequilibrio de la balanza comercial.
Los mercaderes italianos y catalanoaragoneses, que eran competidores en el comercio con el Mediterráneo oriental y el norte de Africa, mantenían estrechas relaciones mercantiles entre sí. La Toscana, con sus ciudades (Pisa y Florencia), quizá fue el territorio italiano menos favorable para los negocios. Las compañías florentinas, en plena expansión, conquistaron sólidas posiciones en los mercados de la Corona, donde se dedicaron al comercio, el crédito y los seguros. Florencia colocaba en los mercados de la Corona tejidos de lujo, sederías, terciopelos y satenes, mientras que los mercaderes catalanes exportaban a Florencia lana, cueros, azafrán, tejidos baratos y productos de reexportación (sobre todo del norte de Africa). El aparente desnivel de la balanza comercial en esta ruta se compensaba con la reexportación de una parte de las mercancías ricas importadas.
La Liguria (Génova) era una zona de interés del comercio catalanoaragonés, y ello a pesar de la rivalidad e incluso hostilidad entre Génova y Barcelona. Las medidas proteccionistas adoptadas por los genoveses contra el comercio catalán no fueron nunca un obstáculo insalvable. En gran medida se trataba de un comercio de intermediarios: los catalanes vendían lana aragonesa y castellana (también especias orientales y paños catalanes) y compraban a los genoveses alumbre y pastel procedentes de Lombardía y el Mediterráneo oriental (también productos de la industria milanesa).
A través de Génova, los mercaderes de la Corona entraron en contacto con la Lombardía (Milán) donde compraron pastel, fustanes y productos de la metalurgia diferenciada, y, en contrapartida, mercaderes milaneses y de otras ciudades lombardas se establecieron en Barcelona y Valencia, donde se dedicaron a la importación de lana, pieles, cochinilla y otros productos.
En el ámbito del Adriático (Venecia, Ragusa, Ancona) mercaderes catalanes y valencianos vendían, entre otros productos, lana, paños, coral, trigo, alumbre, azúcar y arroz, que cobraban en oro, e importaban, en menor cantidad y valor, tejidos ricos, primeras materias textiles (algodón y cáñamo), especias, productos tintóreos y metales (plomo).
Durante siglos aprendices de los italianos, los mercaderes catalanoaragoneses rivalizaron con ellos en importancia a partir de mediados del XIV, lo cual va unido a la salida de la lana ibérica al Mediterráneo (a través de Valencia y Barcelona) y al desarrollo de la pañería catalana. En las rutas de Italia, la balanza comercial de la Corona debía ser deficitaria en la Toscana, más o menos equilibrada en la Liguria y la Lombardía y netamente favorable en el Adriático.